El giro insurrecional

(The Insurrectionary Turn de Joshua Clover)

Un británico decimonónico, un indio del este del siglo veinte o un poeta chileno del veintiuno quedarían confundidos al escuchar que la poesía norteamericana reciente ha estado dejando ver demasiado su política. La misma alegación permea, sin embargo, la cultura norteamericana. A veces llega como un caso más o menos sofisticado a favor de la autonomía del arte: por preservar un espacio no restringido de la imaginación que es por tanto uno de posibilidad política. A veces es un poco más que un ressentiment burgés, un intento de convertir la verdad de la veda política de la era en una estética deseable. Podría pensarse que las últimas tres o cuatro décadas de la poesía norteamericana se quedaron atoradas en un didacticismo político soso en contra del que nos tuvimos que defender. En realidad, dicha poesía (publicada o sancionada) ha logrado casi cualquier otra cosa con un empeño histórico. Cada poeta afirma una política: contenido político, no tanto.

En el último par de años se han visto ciertos cambios. Este desarrollo marca las precondiciones para, más que un florecimiento de, poesía política. No puedo sino hablar en general de unos cuantos lugares y con cierto grado de intimidad sólo del área de la bahía de San Francisco: ahí ha ocurrido un llamativo salto de los poetas hacia el antagonismo político directo. Con esto no me refiero al tratamiento de temas políticos, sino a la asunción de tareas políticas ante una situación intolerable y el trabajo práctico de incendiarlo. En un sentido doméstico, no he visto nada como esto desde hace un buen tiempo; el único cuasi cognado es la amplia superposición de poetas con los Nuevos Movimientos Sociales en y alrededor de los setentas. (¡Se extraña tanto a Adrienne Rich al escribir esto!)

En vez de la compleja y actualmente entrecruzada ola identataria que tuvo su pico en ese momento, tenemos un conjunto de luchas articuladas más en particular (pero no de manera exclusiva) en torno a análisis anti-capitalistas y anti-Estado. No es de sorprenderse en medio de la desconcertante y brevemente optimista aparición del movimiento Occupy. Pero eso es consecuencia tanto como efecto; el giro parece iniciar antes del campamento del Parque Zucotti. Podríamos nombrar en cambio la catástrofe global económica que ha traído al núcleo económico y a sus clases consumidoras de poesía una probada de la precareidad y miseria tan familiares en otras partes. «Es la era de las deposiciones», dijo un poeta el otoño pasado fuera de un bar en Oakland, entre gas lacrimógeno y balas de goma.

Chris Nealon, un brillante poeta y académico, ha capturado de manera elocuente este complicado e irregular giro en su obra maestra «The Dial» que incluiría aquí si pudiera. Sirva en su lugar una breve porción.

… déjame mencionar en contra de qué están mis amigos
Primero: otros poetas
los que siempre han dicho que es arrogante tener una política
los que se preocupan de que vamos a echar a perder la última cosa impoluta
Luego: la policía -perseguiéndolos en el campus- agrupados contra ellos después en las plazas.
Finalmente el capital, despreocupado de la poesía -al menos en tanto que no se convierta en una metáfora de contraataque-.

Si este es un registro poético de un cambio de marea, otro vino de un barrio y una época inesperada. En 2010 y 2011, el Reino Unido fue sacudido por una serie de confrontaciones sublevacionistas, distintas en mucho, pero contiguas en su antagonismo contra la ferrea austeridad en toda su brutalidad de clase, raza y género. Y por un extraño momento suspendido, Percy Shelley [1792-1822] fue un ícono pop: una estrofa de él fue citada una y otra vez, cargada de admiración y exhorto, algo de miedo y mucha alegría sombría:

Álcense como leones tras el letargo
en número invencible,
caigan sus cadenas sobre la tierra como rocío
aquellas que les han puesto en su dormir,
ustedes son muchos, ellos pocos.

Este no es un espectro que cualquiera hubiese esperado hace dos o cinco años. El retorno de Shelley -no bajo «Ozymandias» o «Mont Blanc», sino bajo «La máscara de la anarquía»- muestra algo crucial, pero sólo algo, sobre nuestro momento. La poesía aquí seleccionada viene de dentro de esta exposición, esta apertura, este Giro Insurreccional. No es claro, señalando lo obvio, quién será el Shelley, el Césaire o la Cecilia Vicuña de este momento. No es claro si será uno, once o doce, o ninguno. O si tal cosa es deseable. Pero es claro que tales cosas son una posibilidad de nuevo, es decir: vivimos en tiempos interesantes.

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